¿Ha cambiado la forma de educar a los hijos? ¿Cómo afecta la enseñanza familiar al comportamiento de los jóvenes? Hablamos sobre la desobediencia, las faltas de respeto o los trastornos de conducta con María Martín Santacreu, psicóloga experta en infancia y adolescencia.
Al convertir a los hijos en el foco de atención de los padres, queriendo darles todo lo mejor y evitar que sufran, podemos pecar de no poner límites y normas. Así lo afirma María Martín Santacreu, psicóloga experta en infancia y adolescencia del centro Grat (Barcelona), que además señala que existe una sobreprotección de los hijos que puede causarles incapacidad para afrontar adversidades y gestionar sus emociones, fomentando la aparición de ansiedad o depresión en algunos casos.
Pregunta: ¿Considera que son más desobedientes e irrespetuosos ahora los jóvenes que hace un par de décadas? Si es así, ¿qué factores influyen en su comportamiento?
Respuesta: Estamos en una etapa donde a nivel de pautas de crianza y de educación se ha puesto en duda el modelo imperante con el que se han criado las generaciones que ahora somos padres. Nosotros vivimos mayoritariamente una crianza basada en el respeto a la autoridad representada en el padre, al cual debíamos un respeto por el solo hecho de serlo. Esto también se vivía en la escuela, donde el profesor o profesora representaba una autoridad incuestionable.
Algunos padres y madres, tras haber vivido el autoritarismo del ‘porque lo digo yo’, han puesto en duda este modelo. Las dificultades vienen cuando nos vamos a un modelo donde los límites y normas son muy difusos, y donde la protección de los hijos se lleva a la sobreprotección.
P: ¿Se han vuelto los padres más ‘blandos’?
R: Nos encontramos con adultos que vivieron modelos de crianza más estrictos y que quieren cambiar lo que a ellos les enseñaron. Muchos de ellos han podido estudiar y dedicar parte de su vida a su carrera profesional, lo cual ha retrasado el momento de plantearse ser padres o madres. Además, todo esto sucede dentro de una sociedad cada vez más centrada en el individualismo y consumismo.
En este contexto los hijos, como apuntan autores como José Ramon Ubieto, Mario Izcovich o Eva Millet, se han vuelto un bien muy preciado. Es decir, son el foco de atención de unos padres que quieren dar lo mejor a sus hijos, pero que también los quieren proteger del sufrimiento que ellos han sentido y que es inherente al hecho de vivir. En ese sentido, podemos pecar de no poner límites y normas.
P: ¿Qué sucede en el aula? ¿Las faltas de respeto son tan comunes como en casa?
R: Cómo educamos a nuestros hijos en casa se refleja también en el aula. Si no corregimos ciertos comportamientos, creen que es posible y legítimo comportarse así con otros adultos. Además, si a esto le sumamos que sienten que son el centro de atención o un tesoro al que no queremos contradecir, no verán ningún problema en faltar el respeto a otras personas. El problema no son los niños o adolescentes, el problema somos los adultos.
Poner límites no significa ser autoritario. Es importante explicarles que les ponemos límites para protegerles, porque los queremos y queremos que aprendan a relacionarse. Tenemos la responsabilidad de enseñarles a relacionarse con los demás y esto pasa por gestionar sus emociones.
P: ¿Afecta la relación de ‘padres – maestros’ a cómo interactúan los jóvenes con sus profesores? ¿Qué ha cambiado?
R: Totalmente. Si nuestros hijos perciben que nosotros somos recelosos de lo que dicen los maestros y ponemos en duda su capacidad y criterio como educadores esto puede tener consecuencias dentro del aula. Antes la autoridad del maestro era incuestionable, lo cual tampoco es un modelo óptimo, ya que se podían dar abusos de autoridad y eran normalizados socialmente. Volver al modelo pasado tampoco tiene sentido.
Es importante que consigamos generar un modelo donde escuela y familia vayan de la mano. Esto se lleva trabajando desde hace tiempo y vemos como muchas escuelas y familias recogen los frutos de la colaboración. Muchos centros abren las puertas a las familias y esto hace que los niños vean que hay un clima colaborativo, donde los adultos dialogan, se entienden, hacen actividades en el colegio fuera del horario lectivo, y los padres participan en decisiones referente al modelo educativo. Esto cambia totalmente el panorama.
P: ¿En qué momento se podría sospechar que ya no se trata de una mala actitud, sino de un trastorno de conducta?
R: El trastorno de conducta tiene unos criterios diagnósticos establecidos. Se diagnostica cuando las personas (en su mayoría, adolescentes) de forma repetida tienen comportamientos que suponen una ruptura con las normas sociales establecidas. Existe un componente de oposición a aquello que se esperaría de ellos desde el entorno familiar o escolar. Por ejemplo, dejar de lado los estudios, no presentarse en casa a la hora pactada, tomar drogas, robar, etc.
Un factor observable en esta problemática es el incremento de la agresividad verbal y/o física, la cual se puede manifestar dentro y fuera de la familia. Esta agresividad puede ser hacia objetos o hacia las personas, lo cual puede desembocar en casos de violencia física de hijos a padres (violencia filio-parental) en los casos más extremos.
Es importante diferenciar el trastorno de la conducta de la ‘rebeldía’ que podemos esperar en la adolescencia, la cual es coherente evolutivamente con el hecho de que esta etapa supone poner en duda lo establecido para crearse un modelo propio.
P: ¿Los centennials son una generación sobreprotegida? Si es así ¿cómo influye esa sobreprotección de los padres en cómo gestionan sus emociones?
R: Para poder adaptarnos a vivir en sociedad es importante que aprendamos a gestionar nuestras emociones. Si no desarrollamos estrategias para afrontar la rabia, la frustración, la decepción, fácilmente tendremos problemas para adaptarnos a los contratiempos que implica vivir.
No toda esta generación es una generación sobreprotegida, pero existe claramente un incremento de las dificultades asociadas a la sobreprotección. Las consultas de psicología lo demuestran. No debemos pensar únicamente en los trastornos de conducta como el mayor problema a afrontar, también vemos situaciones de ansiedad y depresión en jóvenes porque no saben cómo afrontar situaciones problemáticas, ya que no han tenido que afrontarlas previamente. Situaciones como que no les gusten los estudios que han escogido, encontrarse con un suspenso cuando llegan a la universidad, etc.
Hace solo unas semanas una compañera profesora de universidad me comentaba que le llegó a revisión de examen una estudiante acompañada de su madre, la cual pedía ver ella el examen. Esto es una muestra de que la sobreprotección existe y tiene efectos nefastos en su capacidad de afrontar dificultades, así como en sentir que tienen dicha capacidad y cómo esto afecta su autoestima.
La educación pasa por generar el sentimiento de que tenemos la capacidad de resolver lo que nos suceda, de afrontar las adversidades; pasa también, por saber que tengo una ‘caja de herramientas’ propia que yo he generado a partir de lo que me han enseñado mis padres. Los padres no podemos ser las herramientas de nuestros hijos para siempre, por lo tanto, es mejor enseñarles cómo crear su propia caja.
En términos generales coincido con los criterios educativos del artículo, fundado básicamente en formar al individuo para que asuma los valores que le permitan desempeñarse en la vida, dentro de las «líneas rojas» de la sociedad donde viva.
Pero no veo entre tales criterios la aplicación de sanciones por la transgresión de
las mismas en el periodo educativo, preparandole para lo que ocurre en la vida social.
Uds.saben que educación y conducta no se corresponden al 100%, siendo necesario corregir los desvíos, no siendo solución «la expulsión a la 3ª falta».
Y creanme que yo, ex-Safa de Madrid, también soy sensible al buenísimo .